-No voy a volver.
-Estos momentos son encrucijadas. Cuando seas mayor, pensarás: "¿Y si hubiera...?".
-No me lo creo. Una decisión no hace que tu vida cambie. A no ser que inventes un virus zombie o algo parecido.
-No, es cierto. La vida son decisiones. Combinaciones de momentos, de elecciones pequeñas y grandes que nos hacen lo que somos. Estás dejando que otros elijan por tí. Dejando que decidas lo que serás. Gente de la que luego ni te acordarás. Cuyo nombre habrás olvidado cuando te los encuentres en la ferretería. Nunca estás realmente seguro de a quién estás dejando marchar hoy.
-No entiende a la presión que estoy sometida.
-Claro que sí. Porque me recuerdas a mí cuando tenía tu edad. Vuelve.
Tengo esa conversación grabada a fuego en mi mente. Era sólo una decisión estúpida, pero, como todas las demás, cambió el rumbo de mi vida. Y me hizo replantearme las personas de las que me rodeaba.
Al principio creía que la que acababa perdiendo era yo, después descubría que las cosas no eran tan idílicas como parecían ser en la superficie y terminaba por convencerme a mí misma de que era lo mejor.
Ya no necesito convencerme, ahora sé la verdad. Ahora me doy cuenta de que de cada persona que he echado de mi vida o ha decidido irse de ella, ambos hemos aprendido algo. Aprendimos al encontrarnos, aprendimos al conocernos y aprendimos al despedirnos.
Personalmente; yo aprendí a encontrarme, a pensar en mí sin pensar en los demás.
También aprendí que la base de la vida es el pensamiento; y esto es algo que debo agradecer a alguien especial, porque, sin saberlo, cultivó en mí lo que considero eje de mi existencia: filosofía. Del mismo modo, me enseñó que decir las cosas tarde, no siempre es mejor.
Gracias a otra, descubrí que algunas personas, por muy bien que creas conocerlas, nunca son como crees que son. Esta misma persona me ayudó a comprender que no toda la gente dice lo que piensa, ni siente lo que dice: me abrió los ojos, vamos. Esto es una dura lección al principio, pero al final resulta tranquilizadora.
Después de tantas y tantas cosas, con tantas y tantas personas; sólo me queda concluir que las personas siempre vienen y siempre se acaban yendo; y que, tristemente, lo cierto es que nadie está realmente seguro de a quién está dejando ir hoy.