Una parte de mi se aflige ante el pensamiento de estar tan cerca de el sin poderle tocar, pero su historia y la mía toman caminos separados. No me resulto fácil aceptar esa sencilla verdad, pero sucedió hace poco- aunque tenga la impresión de que ha transcurrido mucho, muchísimo más tiempo-. Recuerdo los momentos que compartimos, por supuesto, pero he aprendido que los recuerdos pueden adoptar una presencia física dolorosa, casi viva, y en ese aspecto él y yo también somos diferentes. Si suyas son las estrellas en el cielo nocturno, mi mundo se halla en los desolados espacios vacios del firmamento. Y, a diferencia de él, me abruma la carga de las preguntas que me he formulado a mi misma miles de veces desde la última vez que estuvimos juntos. ¿Por qué lo hice? ¿Lo volvería a hacer?
Reflexiono acerca de tales cuestiones y, como siempre, rememoro los días que estuvimos juntos. De pronto me sorprendo evocando como empezó todo, puesto que eso es lo único que me queda: mis recuerdos.
Como ves, fui yo quien puso fin a nuestra relación.
Supongo que nunca nos teníamos que haber conocido, que lo nuestro fue un error que duro demasiado tiempo, el suficiente para que yo me lo creyese, y que lo mejor que paso, al menos para él, fue que acabase. Supongo.
De todos modos, el caso es que le conocí, y ese es precisamente el motivo de que mi vida resulte tan insólita. Me enamore de él cuando estuvimos juntos, y después aun me enamore más de él en el tiempo que estuvimos separados. Nuestra historia se compone de tres partes: un inicio, un desarrollo y un desenlace. Y a pesar de que así es como fluyen todas las historias, todavía no puedo creer que la nuestra no durase para siempre.