lunes, agosto 15, 2011

Selfish.

Sonreí. A pesar de que sabía que aquello no podría ser bueno, sonreí. Todo tiempo a tu lado era poco. Por Dios, te amaba de un modo patético, tanto que a veces quería arrancarme el corazón y meterlo en un cofre, como en esa película. Y entregártelo y decir: "Llévatelo, idiota, ¿acaso no ves que siempre ha sido tuyo?". Pero realmente es algo que no veo factible, para mi desgracia, tendré que seguir viviendo con este corazón que no me pertenece y con la seguridad de que... en realidad, no tengo ningún corazón propio, pues creí que el tuyo podría albergar una mínima parte de mi. Pero con tu mirada descubro que no, que eso ha pasado hace ya mucho tiempo, que quizá sentiste correspondencia a mis sentimientos, antaño, en algún momento. Ahora no, desde luego.
Te levantas. Das un par de excusas y te crees que con eso eres el típico americano que ha salvado a la humanidad. No puedo creerme que seas tan iluso. Con todo lo que luchamos por esto, lo que dimos, lo que pasamos. Y te vas, como si nada, te alejas de mi, dejándome, como aquella canción dice, "el corazón partío". Y es que uno no se da cuenta de la veracidad de las cosas que dicen los demás hasta que pasa en nuestras propias carnes. Qué egoista el ser humano. Siempre piensa que su dolor es el más grande, el más fatídico, el más tremendo y el más arrollador. No nos paramos a pensar que hay gente mucho peor en el mundo en estos mismos instantes. Que quizá alguien esté muriendo de hambre, o viéndose obligado a matar a su propia familia con sus manos, porque los hay. Pero no. Es mucho más fácil pensar que nosotros somos los únicos que sufrimos. Los únicos en toda la humanidad que hemos amado y después perdido.

Susurré un tenue "te quiero". El problema era que ya no estabas ahí para escucharlo.